jueves, 13 de septiembre de 2012

ETERNARIO (FRAGMENTO)

El ritual era el siguiente: dos mujeres, con túnicas traslúcidas y máscaras de colibrí, iniciaban una danza al ritmo de los tambores de piel que un grupo de hombres, por lo general guerreros, golpeaban en un rutilante compás que habría de llevarnos a los allí convocados al más gozoso frenesí. Cuando los guerreros tocan el tambor les decimos tekpanawe, "los que acarician el trueno". Las dos mujeres, embebidas de una danza cada vez más delirante y quebrada cuyas figuras entre el fuego traían hasta la garganta de los ancianos nacientes cantos de remotos tiempos, comenzaban entonces a emitir una serie de alaridos que ni siquiera Uknabata igualaría en horas de convocar a todas las aves del universo, dueñas de las estrellas. Y el trepidante corazón que mugía en las pieles de los tambores se tornaba cada vez más intenso junto a las chispas que el humo sagrado de los árboles brindaba cuando los espíritus de las cosas baten sus pies en las cenizas. De pronto, todo quedaba en silencio; un agujero súbito en el tiempo, tan sólo el rastro del eco sostenido en las tripas vibrando aún bajo manos hinchadas de sangre.

Las dos mujeres yacían en el suelo, sin vida. Sólo era permitido a los parientes mayores masculinos más próximos de ambas mujeres retirarles las máscaras de colibrí, que luego intercambiarían en señal de agradecimiento por el alma ofrecida y su protección ahora conservadas en ellas; también como símbolo de alianza eterna entre los dos clanes, ya fuera por motivos de litigio, de vínculo matrimonial, tributo que rendir o deuda que saldar. Esa era la única esperanza de supervivencia ante la adversidad. Si Akonoma estaba enojado, era por nuestro imperdonable descuido de su hija, Okmariba, esta Tierra, ahora malograda, que en venganza se llevaba a sus dominios al ganado y a los niños. Y entonces venían las disputas y los ojos que no miran más allá de lo que ven. Dardos envenenados en la lengua que destruyen el alma de los hombres.

Tras la guerra siempre venía la paz. Y así durante más de mil doscientos años; luego aparecerían los Pueblos de la Luna, portadores de un saber oculto y poderoso. Desde entonces, nadie había vuelto a estas tierras.




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