domingo, 1 de mayo de 2011

FLOR CAÍDA DE LA INFANCIA

Anduve solo un tiempo ejerciendo ese oscuro oficio de cuervo sobre las tapias de la ciudad en invierno. Como un centinela silencioso, observaba cualquier movimiento sutil que llamara mi atención; a veces una hoja seca de forma curiosa o el repentino portazo de un postigo azotado por el viento, un adoquín mal puesto, el musgo trepando por el borde de las aceras. Aun en movimiento, permanecía estático, siempre observando. No podía permitirme dejar pasar cualquier instante que surgiera ante mí; era una inercia inexplicable; la poderosa levedad de la naturaleza haciéndose presente.

Aquella mañana, en la amable compañía de una muchacha, aquel presente se ancló por un momento a la silueta de un pasado reciente o remoto. Asistimos en silencio al lugar donde confluían ambas líneas de tiempo; se podría decir que conseguimos identificar una de las puertas que conducen al otro lado. De aquel de donde yo venía a menudo a buscarla. Esto fue lo que encontramos: una flor caída de la infancia que alguien dejara como señuelo para volver; o para nunca más regresar. Tal vez una huida apresurada hacia el pasado o un ansiado viaje hacia el futuro.


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