Si resulta que un búfalo en la mañana merodea por fuera de mi casa, con
paso lento y cauto de travieso, y le sorpendo husmeando en mis sábanas
tendidas, esa odiosa manía de los búfalos de fisgonear en los patios de
atrás de las casas de las personas, no creo que pudiera soportarlo,
porque, y me da igual que sea un búfalo, como si es el mismísimo Toro
Sentado, no hay nada más frustrante en esta vida que saber que un búfalo
te espía tan abiertamente, con ese descaro de búfalo de
las praderas, y por eso tendría que hacerle frente y echarlo de mis
dominios, pero tengo miedo, tengo miedo de espantarlo, sobre todo porque
no sé cómo reaccionaría... no yo, el búfalo; si de repente se espanta y
en vez de huir me destroza el patio o, por el contrario, consigo que
huya por fin, y no vuelve más, ¿de qué tamaño han de ser mis sábanas
para que no se sienta atraído por ellas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario