martes, 19 de julio de 2016

PROPIEDAD INTELECTUAL

El juez Ruz imputa a Caco Senante por presunta apropiación de 30.000€ de la SGAE.

Una prueba más que indica que la Propiedad Intelectual es, de base, un delito. Me explico:
La Sociedad General de Autores de España (SGAE) —que curiosamente comparte siglas con una conocida franquicia dedicada al cuidado del oído, pero dispuestas de otro modo— ha proyectado durante su sombría historia la vetusta luz que hacía penumbrosa la censura del régimen anterior.
La intelectualidad en España desde siempre ha sido un bien codiciado, por tanto, envidiado —se dice que la envidia es uno de nuestros más atávicos endemismos sociales—, por parte de los grupos de poder que se sirven de ella para introducir hábilmente tendencias de pensamiento en la sociedad con el objeto de mantener a la población bien distraída y domesticada.

Es habitual encontrarse con expresiones como "clase intelectual" o "los intelectuales dicen", atribuyendo a quienes difunden la intelectualidad un cierto poder blando, equiparable al de los predicadores religiosos, pero introduciendo un curioso elemento que hace que la tal mal llamada "clase" se cohesione y perdure cualesquiera que sean los tiempos que corran para eso del pensamiento y la Cultura: el sentido de la propiedad de las ideas; o lo que sería aún más pernicioso: el gobierno del modo de pensar, es decir, de imaginar lo que es posible.

Del mismo modo, existe una cierta corriente de activismo intelectual que postula una absoluta indefensión de los Artistas —de los cuales estos intelectuales de la acción se sienten "aliados", cuando en realidad ejercen un taimado paternalismo—, grupo heterogéneo de ciudadanos que abogan por una postura creativa crítica más desde la emoción que desde el minucioso raciocinio, del cual se sirven para ahondar más profundamente en la naturaleza de la emoción que produce el mundo.
El caso es que los intelectuales, de algún modo, dejan de ser "creadores", para convertirse en "difusores" de productos intelectuales, es decir, comienzan a tener cierto sentido del comercio, de corte franquicial en muchos casos; en otros, tan sólo, piramidal. A ese comercio incipiente contribuyen los medios de comunicación, ingeniosos instrumentos de confusión, que a modo de gran mercado o foro, se consideran el canal de difusión de "la verdad" (eso que tanto gusta a los poderosos, pero que tanto rehúyen), no por prestigio adquirido con el tiempo, sino por el maléfico influjo del dinero, ese abstracto violador de intercambios.

Así, las ideas, en manos, o en mente de quienes se han convertido también en canales de ese flujo continuo de infamia que perpetúan las cadenas del poder económico, medios de dispersión de las miserias a nivel masivo, desembocan en un lugar donde comienzan a ser consideradas objeto de transacción, y, por tanto, generadoras de sumisión. La intelectualidad (que es el conjunto de las ideas vivas que dinamizan a una sociedad) se convierte en un ente material no ya de intercambio, sino de consumo, provocando que esa viveza se congele y se serialice, al tiempo que el dinamismo se detiene. Así, la "sociedad de consumo" (como si hoy por hoy no existiese otra) incorpora la pulsión por la adquisición de productos relacionados con la Cultura, previamente coreados por los mercaderes intelectuales, ávidos de mantenerse en su estado de estar siempre en medio de la relación directa de los individuos con la Cultura, a la cual rinden y piden tributo.

El Artista, entonces, para salvarse, se convierte en Autor. Pasa de su confortable estado de anonimato al estridente y bullicioso resplandor de la "autoría", es decir, la separación de sí mismo y de su obra. Entonces entra en el juego, se hace un profesional de lo suyo y siente que lo suyo vale, y lo reclama. ¿Pero a quién reclamarle ese tributo? ¿A quien "consume" su obra?
Poco se preocupa el Autor de quienes intervienen en su existencia, al final no es "su obra", el Autor es el producto, su obra sólo un medio para sobrevivir, bien sea en el opulento prestigio o en la más mísera invisibilidad. El Autor pasa a ser propiedad de quienes le consumen: se convierte en Intelectual.

Por eso la Propiedad Intelectual es en su esencia un delito civil. Un delito contra el legado más importante que cada ser humano porta consigo: las ideas. Las ideas son patrimonio de la Humanidad, las buenas y también las malas (sobrados ejemplos en la Historia hay de ambas). Nadie es propietario de ellas. Pretender comerciar con las ideas es como venderle un caramelo a un hijo. Y ya ven ustedes, hay quien no sólo se apropia de las ideas, sino además de lo que las consume.

19 de julio 2014

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