viernes, 28 de febrero de 2014

ESOS PELOS

Mi padre siempre me corta el pelo a peine y tijera.

Mi padre sólo conoce una forma de cortar el pelo: la suya.

Mi padre siempre me corta bien el pelo, es nuestro más viejo y doloroso pacto de ternura.

Mi padre se siente traicionado si alguien que no sea él me corta el pelo.

Es como no ir a verle, que no llamo.
Es como no llamar, que no voy.

Como si no le gustase esa novia; pero yo sé que mis novias le gustan.

Mi padre me corta el pelo desde que soy pequeño, entonces mi espanto moqueaba entre pelos aferrados a mi cara.

Mi padre me corta el pelo como un odontólogo. Es preciso, minucioso, equilibrado, trascendental.

Mi padre se corta el pelo desde joven, desnudo, con dos espejos; uno delante y otro detrás, suspendido en el aire.

Por eso es de buen pelaje, lobo apacible que se abre como una pesada puerta de templo, o de casa, grande, ancha. Conoce la sombra del olivo y el noble carenado de los bueyes. Es la piedra la esencia de su nombre, que con virtuoso andar camina entre parras sinceras.

Chirría en su particular sentido del pasado, algo de metal que siempre vocifera en su corazón, un dolor de cañas y de pasas en la boca, un pasillo que le entristece tanto como el aviso macabro de un lunes, autopista y cerrojos en los ojos.

Sabe latir solo. Oigo como late cuando acerca su pecho a mi oreja mientras me corta el pelo.

Mi padre me corta el pelo.
Como quien poda un jazmín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario