lunes, 10 de agosto de 2015

BIBLIOMANÍAS I

El primer libro que compré con dinero de mi bolsillo (bueno, esto es un decir, ya que me lo financió a plazos mi padre con la asignación semanal) aún lo conservo en mi estantería. Su título es Guía de Lugares Imaginarios de Alberto Manguel y Gianni Guadaluppi, publicado en la venerable Alianza Editorial en el año 1992, es decir, rondaba yo los 15. Un libro encantador en el que se recogen, a modo de Atlas y organizado de manera enciclopédica, los lugares y mundos que imaginaron escritores, filósofos, pensadores, poetas a lo largo del tiempo. Para mi exuberante imaginación aquello suponía como haber hallado el mayor alijo de lo más narcótico posible con posibilidad de disfrute vitalicio.

Durante varios meses, desde que salió a la venta, me escaqueé por las tardes de las clases particulares de inglés y matemáticas sólo para pasar varias horas en la librería curioseando y, de paso y de reojo, vigilar que no se llevaban el ejemplar, lo que me habría supuesto un trauma irreversible (a esas edades todo trauma lo es), ya que mi fascinación primera del hallazgo, mi ilusión posterior de ver que nadie se fijaba en él, o que acaso ponía un mohín ante el precio (creo recordar que alrededor de las 7.000 pesetas), comenzó poco a poco a transformarse en una obsesión imparable por poseerlo. Finalmente, tras varios meses ahorrando, privándome de otros placeres más mundanos (y por eso placeres) como ir al cine en jauría a ver estupideces sólo por ver quién y con quién, o saltar la banca del futbolín, adquirí el ejemplar.

Lo devoré, lentamente. Hoy la A. Mañana la B. Pasado la C, la D y la E... Degusté cada entrada, cada palabra, cada furtivo aroma que se desprendiera de las páginas que pasaba con avidez; disfruté sin tiempo ni medida, acaricié cada noche los más cálidos vergeles con mi imaginación. Había algo sagrado. Recuerdo perfectamente aquel placer.

A partir de ese momento, me volví bibliómano. Perseguía libros que me produjeran la misma ilusión, pero que no costaran tanto. Era por una cuestión práctica. Hay pasiones que se llevan con pudor (como diría el maestro Montale acerca de la Poesía), y por eso la discreción ha de ser prioritaria. De cualquier manera, pronto cogí fijación por los diccionarios de bolsillo SOPENA de idiomas diversos. Los diccionarios siempre me produjeron una oculta atracción desde muy niño: el orden alfabético nunca respondía al orden de los conceptos, lo que me resultaba aún más fascinante por ese carácter aleatorio de irse encontrando poco a poco con las cosas y eso de lo que la gente habla y dice de.

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