miércoles, 31 de julio de 2013

ETERNARIO (FRAGMENTO)


De entre las numerosas y diversas tribus que forman los llamados Pueblos Pardos, los abuni son los únicos que transmiten su cultura por vía gestual. De hecho, el término con que se les designa, abuni, no proviene de la exigua lengua propia de esta singular tribu, sino del dialecto kamana, que se erigió  como lingua franca para facilitar las relaciones entre las distintas tribus en tiempos de la Gran Sequía. Abuni quiere decir "silenciosos, mudos"; otros lo derivan de abuhubuni "los que cantan con el rostro". Los mismos abuni no se designan, se reconocen a través de una serie de chasquidos, como algunos cetáceos.

Hoy en día los abuni siguen practicando un ancestral rito: el llamado Aanaka, el Gran Peregrinaje desde las faldas de los Montes Nuwa, región en la que moran durante los meses fríos, hacia los bosques frondosos de las Tierras Bajas, atravesando los valles de Karan hasta llegar a la cuenca del Yeana, el Río del Sol, en cuyas márgenes vuelven a reconstruir sus casas de madera y donde mudan sus rústicos atavíos de pieles grises y gruesas capas de lana de ampulosos motivos por llamativos atuendos más ligeros de vivos colores bellamente estampados. 

Al poco tiempo de haberse instalado, los camellos monteses comienzan a perder su espeso pelaje, motivo de celebración entre los abuni, pues significa que es momento de tejer nuevas ropas para el regreso a las frías y ariscas Tierras Altas, dentro de una buena temporada. Es en esta época cuando los abuni "cantan con el rostro". Son los ancianos los que tejen, los que enlazan una historia con otra, en cada gesto, en cada mueca, en cada chasquido. Todo en armonía con el rítmico traqueteo de sus pequeños telares. 

Mientras tanto, el consejo de jóvenes se reunirá a lo largo de varias jornadas para determinar el día y los miembros de la tribu que tomarán parte en el ritual más sagrado de la estación cálida: la Ofrenda a Apaanu, el Árbol Sagrado donde habita Baanu, El Espíritu del Silencio. 

Se considera que los jóvenes son más adecuados para tomar las decisiones en la tribu, pues, según las creencias de los abuni, se hallan más cerca de la otra vida que los ancianos. El pensamiento de los jóvenes es fresco, claro, impetuoso y, por tanto, sagrado. En los consejos de jóvenes tanto hombres como mujeres tienen el mismo poder de opinar y decidir. De hecho, no es extraño ver a los abuni durante largos períodos en que las jóvenes son las que organizan la vida cotidiana de la tribu, hasta la celebración del siguiente consejo, en el que se revalidará, se propondrán cambios o, directamente, se cambiará el modo de organización. Entre los abuni cada cual asume la responsabilidad de sus decisiones. 

Sólo existe un caso en que los ancianos, tanto hombres como mujeres, asisten a los consejos. Cuando es precisa la toma de decisiones importantes para la tribu, actúan como jueces, dada la imparcialidad de sus espíritus serenos. 

Las decisiones que salen del consejo son acatadas por todos, y son los adultos de la tribu quienes se encargan de hacerlas cumplir, pues se considera que mantienen el vigor y la firmeza en el pensamiento, así como la fuerza física y el brío en su gesto para hacerlas recordar de manera precisa al resto de los miembros. Conservan y enriquecen el conocimiento y la cultura de los abuni, ya que su memoria está mucho más ágil y así deben mantenerla hasta la vejez, cuando habrán de despojarse de ella, depositándola y preservándola en los tejidos que saldrán de sus telares, como pequeñas liras sin sonido.

El árbol Apaanu se encuentra en una pequeña isla en medio del Yeana, justo en la parte en que su cauce se ensancha y, lejos de apaciguarse, corre aún con más fuerza hacia las regiones arenosas del Sur, donde muere dando vida a los lejanos Pueblos del Mar. 

La noche anterior a la partida se anuncia quiénes serán los miembros de la comitiva, de número impar —cinco, siete o nueve—. Será el miembro más viejo entre los jóvenes quien deberá encargarse de organizar el cortejo sagrado y la posterior ceremonia de ofrenda. Para recibir los conocimientos necesarios, siguiendo la tradición, ha de permanecer toda la noche hasta el amanecer reunido en su cabaña con los miembros de su clan, además de dos adultos y dos ancianos, hombre y mujer respectivamente, quienes le transmitirán los gestos sagrados que habrá de transmitir a Baanu, mientras fuman gawan. Entre esos gestos hay peticiones personales, demandas de visión, mensajes a antepasados y un sinfín de recados que el neófito debe recordar exactamente y reproducir de manera fiel durante la realización del ritual alrededor del árbol Apaanu, en el instante de la Ofrenda. En caso contrario, el viaje de vuelta estará jalonado de dificultades que pueden suponer, en ocasiones, la muerte por accidentes, enfermedades o furia repentina.

El árbol Apaanu es una especie antiquísima de gunazi que permaneció intacta en esa pequeña isla cuando nació el Yeana. Según la leyenda, las aguas del Yeana son las lágrimas del Gran Baanu; lágrimas de furia por la traición de su siervo Komabi, que le acusó de haber bajado a la Tierra sin haber obtenido el permiso de los Hombres y haberles hablado, lo que se consideraba una grave falta entre los espíritus primordiales, ya que los Hombres no debían ser dirigidos más que por el primer soplo que animó sus corazones sin ser perturbados con sonidos que ellos mismos no produjeran. Por eso, su lengua fue cortada y arrojada a las profundidades de la Tierra. Baanu fue atado a un tronco de gunazi, y allí permaneció hasta que su espíritu se debilitó hasta confundirse con la corteza del árbol. 

Cuentan que su último gesto fue de una furia de tal magnitud que su rostro se rajó como la tierra y sus lágrimas se desbordaron formando el Yeana, del que emergieron la isla y, en su centro, el árbol Apaanu, la lengua cortada de Baanu. Se dice que en la forma de las grietas del gunazi puede leerse la historia del mundo, y es esto lo que aprenden los abuni desde pequeños: leen los "gestos" del gunazi.

La ofrenda consiste en un cesto de gawani, el fruto del gunazi, una especie de manzana cuya cáscara es rugosa como la de una naranja, aunque de color rojo muy oscuro y pulpa verde de sabor cítrico, más dulce que ácido. Antes de llegar a las márgenes del Yeana, existen pequeños sotobosques de gunazi en los que florecen casi todo el año los gawan. Con él se preparan mermeladas para vender a los nómadas, de regreso a las faldas del Nuwa; con su cáscara secada al sol y machacada hacen una solución ligeramente narcótica que se puede administrar fumada —sólo en usos rituales— o bien en infusión, que es lo más frecuente. La ofrenda de gawan es especialmente simbólica, pues el Apaanu ya no da frutos, con lo que mediante este ritual se evita que se apague la llama de la palabra del Gran Baanu, pero al mismo tiempo se respeta el silencio que ha de guardarse para preservar su sonido. 

De este modo, el gawan es símbolo de la sabiduría que reside en el gesto, como profundo y primigenio movimiento impulsor del gesto anterior al sonido oral. Sólo Los abuni conocen este misterio. Basta leer sus rostros para aprender a escucharles.

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